Las películas de James Bond son para todos un familiar más en el
terreno de lo artístico; un recuerdo de niñez, de juventud, de madurez… Bond
forma parte de nuestra mitología moderna, del mismo modo que Aquiles formó parte
de la mitología de los antiguos griegos. Es un héroe creado a partir de los
deseos, sueños y aspiraciones del hombre moderno. Es un hombre que consigue lo
que quiere, que sabe cómo conseguirlo, que no tiene miedo, que no se pierde en
psicoanálisis y juicios morales o de género. Es un héroe de toda la vida con un
perfecto traje de chaqueta y orejas de soplillo.
Lo sorprendente de la franquicia Bond es que saben hacer nuevo
algo que lleva cincuenta años siendo lo mismo. Lo primero que llama la atención
son las introducciones. Todas tienen un aire similar, pero siempre son distintas
y las juzgamos con la misma atención y exigencia que a la película. Y como con
la película, cada vez lo hacen mejor. Cada vez se escarba más, se estiliza más,
se mistifica más, se sublima más… Siempre más. Hasta llegar como en el caso de
Skyfall, al cielo.
En la última hazaña del héroe más occidental, y por tanto más
nuestro, lo más significativo es el título, SKYFALL. La caída del cielo determina
toda la trama, la sella y redondea con la perfección que exudan las cosas bien
hechas, incluso cuando se trata de películas de entretenimiento. Skyfall es una
cosmogonía, una lucha entre dioses, una guerra de poderes y luchas internas.
Incluso el cielo necesita orden. Si el cielo cae, todos caemos con él. Todo
comienza y finaliza ahí, en ese universo de M’s y héroes, de servicios de
inteligencia y bunkers secretos que velan para que todo permanezca tal y como debe
ser, vivo, ignorante y feliz.
Esta película, más que ninguna otra de Bond, hace gala de un
exquisito simbolismo. La muerte está presente como tema principal, no porque se
mate a los malos o se disparen armas, si no porque es el tema sobre el que todo
gira. Y con la muerte, todos esos dioses primigenios que forman parte del mundo
subterráneo e indomable: la vejez, el miedo, la venganza, la ira, la locura, la
noche, el pasado más lejano y destructivo. Todos hijos de Caos. En las primeras
escenas M aparece escribiendo el obituario de Bond.
Porque todo comienza con uno de los agentes disparando a Bond por
error. Bond cae herido. Cae literalmente. Cae y cae por el aire en una caída
infinita, hasta que el agua lo recibe y lo transporta a otro nuevo precipicio,
otra nueva caída: una cascada. Allí cae arrastrado por la fuerza de la corriente
y cuando entra en el agua sigue cayendo, hundiéndose hasta las profundidades. Se hunde y se hunde. Y cuando llega al fondo, el suelo se abre, se hace humo y
se lo traga. Y ni entonces deja de caer, sigue descendiendo parece que eternamente
y sólo al llegar a las profundidades abismales, esas que están al otro lado de
lo consciente, comienzan a aparecer tumbas y sangre y fuegos fatuos y
cuchillos y su propia imagen herida sangrando, en una de las introducciones más
curiosas y estéticamente atractivas que he visto en una película Bond.
Bond muere
por tanto. Muere para el mundo y se transforma en mortal. Cuando un héroe muere
como héroe, la tierra misma y los elementos lo transforman, se lo tragan, lo
procesan y lo devuelven hecho hombre. Y eso es lo que Bond es cuando volvemos a
verle. Un hombre. Esta follando en una cabaña en la playa (Follar no lo digo
gratuitamente. Hacer el amor es cogerse de las manos y mirar las estrellas. Lo
que Bond hace no es exactamente eso) ¿Pero qué le pasa a un héroe cuando es
arrojado al Paraíso, cuándo se le da la oportunidad de vivir no del fruto de su
trabajo si no de lo que simplemente se ofrece alrededor? La simbología
utilizada aquí está muy clara. Ha regresado a una forma de vida primitiva, a
una especie de Paraíso. Lo que se nos muestra es una playa mediterránea, una
mujer hermosa, al lado, con sólo estirar la mano, hay un hombre que vende
comida, seguro que barata; al fondo un chiringuito con gente de fiesta… Todo
simple, elemental. Lo que sugiere para la mayoría unas vacaciones perfectas. No
hay lujos, pero tiene lo justo para saber que está vivo. No hay peligros,
luchas, rivales, sólo sol, sexo, bebida, comida, bailes por la noche, juegos… ¿El
Paraíso? ¿Puede un héroe vivir de eso? Obviamente no por mucho tiempo. Esa caída
para Bond es una vuelta al pasado. Desde el Olimpo, donde los héroes son lo
siguiente a los dioses, regresa a una forma de vida primitiva y simple, una
forma de vida que no requiere de sus talentos, que no le usa, que no le pone a
prueba, que no reta ni su inteligencia ni su valor. Consecuencia: Bond bebe
para olvidar quién fue, para anestesiar sus capacidades, para evadirse de este
Paraíso que cualquier otro disfrutaría sin miramientos.
Pero es un héroe real y los héroes reales siempre son llamados,
requeridos, son necesarios. Lejos de donde está ahora, casi en otro mundo, en ese
lugar al que él pertenecía y que le ha creado, en ese Olimpo inexpugnable y
poderoso, ha habido una rebelión. El cielo ha sido atacado. Bond lo ve a su
espalda, en el reflejo de un espejo, como si fuera un sueño, como una imagen
que no acaba de ser real. Delante de esa imagen está la suya propia, agarrado a
una botella de licor. Está destrozado, hecho añicos; no por la lucha y el
esfuerzo, por pelearse y saltar de trenes, sino al contrario, por la ociosidad
y la desidia. Las balas no le matan, es el sol y la falta de una misión lo que
destruye su espíritu, lo que le debilita. Bond ve que ese mundo del que se ha
retirado sigue existiendo y que además necesita su ayuda. ¿Qué hace Bond?
Resucita.
Más adelante cuando Bardem le pregunta cuál es su hobby, él
responde: Resurrection!
Bond regresa a su creadora, a M, a Londres, al mundo, y sin
embargo, su regreso sólo es registrado en el MI6, en el Olimpo. Porque el resto
de mundo no sabe nada de héroes que mueren y resucitan, héroes que dan la vida
y se arriesgan para que todo pueda seguir funcionando.
Lo que está ocurriendo en ese Olimpo es curioso. Se está poniendo en entredicho la eficacia y utilizad de M y su departamento, su poder y su necesidad. ¿Son necesarios los héroes hoy en día? Es curioso que eso ocurra justo cuando uno de sus agentes más valiosos ha desaparecido. La quieren retirar con honores, pero ella está por encima de medallas y dice que hasta que el trabajo no esté terminado no piensa irse. El trabajo es recuperar una tarjeta con los nombres de todos los agentes del MI6 que trabajan en misiones terroristas. La estructura misma del Olimpo está en peligro. Su fuerza, sus agentes, pueden quedar expuestos. Señalar con el dedo a un ángel si hablamos de cristianismo, a un héroe si es de mitológica o a un agente si es de seguridad es quitarle uno de sus más preciados poderes, es quitarle eso que hoy todo el mundo se esfuerza por romper, el anonimato. Hoy todo el mundo quiere salir en la TV y las revistas sin haber hecho nada. Un héroe, por el contrario, es quien hace todo y sin embargo no quiere que nadie sepa quién es.
Cuando M le pregunta qué ha estado haciendo Bond responde: “Enjoying
death”. Disfrutando de la muerte. ¿Por
qué regresa? Porque sabe que le necesitan. Punto. Porque él es el único que
puede salvar el Olimpo. Punto de nuevo. ¿Cómo resistirse a la certeza de que uno es irremplazable? ¿Cómo seguir muerto cuando la vida te reclama?
M le dice que tendrá que demostrar de nuevo que está preparado,
que su cuerpo es todavía una máquina de matar y luchar. Cuando Bond asiente y
le dice que se va a casa M le dice: “¿Qué casa? Vendimos todo y tus cosas están
en un guardamuebles. No tienes nada. Cuando alguien está solo y no tiene
familia, ni hijos, ni a nadie de su propia “raza”, es lo que se hace.” Y lo
dice sin pena, sin compasión, porque M sabe quién es Bond, ella le ha creado.
Bond se atreve a recriminarle que diera la orden de disparar al agente que le
hirió pero M responde recordándole quién es: “¿Qué quieres, una maldita
disculpa? Ya sabes cómo funcionan las cosas”. Sí, lo sabe. Y no dice más.
Ahora Bond no tiene nada más que a Bond. Y ni siquiera es el Bond
que era. Y es entonces cuando Bond se convierte en esencia. No hay nada en el
mundo material para él, no posee nada. Es como un eremita, un ser etéreo, sin
posesiones, casi literalmente, un ángel vengador. ¿Bond se inmuta? ¿Le pregunta
a M que ahora qué hace sin casa? ¿Se va a una plaza a manifestarse e indignarse?
NO. Bond sabe que su deber, no su derecho, es hacer, ser, trabajar, esforzarse,
ponerse a prueba, demostrar que puede estar de nuevo entre la élite. Esa es su
meta. Bond viene de la muerte y no ha regresado a la vida para sentarse en su
apartamento a ver la televisión. Ahora más que nunca Bond tiene que ser Bond.
El MI6 ya no opera desde su castillo a orillas del Támesis, ahora, el Olimpo, se ha trasladado a las profundidades. Ha hecho lo mismo que Bond,
regresar simbólicamente al pasado, hundirse, enterrarse, operar desde el
vientre de la tierra, simplificar, poner en orden su estructura y volverla a
construir desde los cimientos. Los dioses primigenios, esos que son insobornables
e implacables están al mando porque lo que está en juego es la estructura del
cielo, el Orden.
Pero el simbolismo no sólo roza lo pagano. La trama de Skyfall
está marcada por un fuerte simbolismo cristiano. Dentro del cielo cristiano no
hay una historia más interesante que la de la rebelión del ángel Lucifer. En
este caso, el dios creador es una mujer, M, que cuida de sus hijos/ángeles/OO7s
con mano de hierro, con una masculinidad y lucidez a prueba de
sentimentalismos. La rebelión de un ángel pone en jaque a toda la cúpula del
cielo. Dios ha sacrificado a uno de sus hijos para salvar al mundo. Y a ese
hijo no le ha gustado nada que su Madre le haya olvidado. El ángel caído, Silva/Bardem,
(brillante), no comparte la idea de que Dios prefiera sacrificar a un ángel
para salvar al mundo. Se pregunta ¿Es justo sacrificarle si ese ángel vale más que todo un
país? ¿Si ese ángel tiene más valor, inteligencia, belleza, fuerza, criterio,
lealtad que todo un país? Luego volveré al simbolismo cristiano.
Bond no pasa los test, pero su madre, que le conoce mejor que
nadie, sabe que a pesar de todo él se esforzará al máximo y será Bond. Lo será
porque es lo único que es. Porque ya ha demostrado que no está hecho para ser
otra cosa que un héroe y por eso, decirle que no ha pasado los estándares sería
matarle del todo. Le lanza al peligro porque ella sabe que es ahí donde se hará
fuerte. No es cuestión de entrenamiento sino de práctica. En cuanto empiece a
ser Bond será Bond de nuevo. Y por supuesto así es.
Otro de los temas de la película es lo nuevo versus lo viejo, la innovación
versus lo tradicional. Se acaba demostrando que los métodos de siempre no están
obsoletos, que hay cosas que no se han mejorado por mucha tecnología que
tengamos. De hecho, la última parte de la película es un viaje real al pasado.
Bond se lleva a M al lugar donde él nació, dejan Londres, la modernidad, el
mundo y se trasladan al origen. Un origen que Bond detesta, del que huyó como
un huérfano y al que regresa como héroe con la persona que le convirtió en
héroe. En una casa desolada en el páramo, oscura y llena de recuerdos es donde decide
ponerse a prueba. De nuevo está fuera del mundo, en un decorado de sueño o
pesadilla. Nada parece real. De pronto no estamos en una película de Bond, si
no en Cumbres Borrascosas, o mejor, en el viejo Oeste. Porque todo lo que
ocurre desde que llegan, bien podía ser una película del Oeste, un “Solo ante el
peligro”, si en vez de trajes llevaran
botas y sombreros de cowboys. No tienen armas, no tiene munición; son dos
hombres y una mujer contra un ejército de villanos tecnócratas. El pasado se va
a enfrentar al futuro, porque saben que Bardem llegará con la espada de la
tecnología en la mano. Esta parte me recuerda a la película “Solo en casa”
dónde Macaulay Culkin convierte su casa en un arma con todo lo que encuentra a
su disposición. Pero es de nuevo una forma de enfrentar lo que tienes, lo que
eres, con lo otro, que siempre parece más grande y poderoso. A mí me dice:
Utiliza lo que tienes, sea lo que sea. Aunque sean trozos rotos de bombillas.
No sabes cuánto puedes hacer con eso si lo utilizas bien. Aunque otros tengan
granadas de mano. Si tú tienes bombonas de butano. Úsalas.
Y eso es lo que hace Bond, vuela por los aires su casa, su pasado, todo aquello que no sabemos por qué pero que le ancla todavía a un recuerdo de sí que no le eleva,
ni le ayuda a ser lo que quiere ser. Qué mejor forma para deshacerse de ese
peso que volarlo por los aires. La trama está hilada de tal forma que al
hacerlo mata como se dice “dos pájaros de un tiro”. Destruye su pasado y destruye
el mal. Que en realidad son lo mismo. Porque en el personaje de Bardem, Silva,
hay algo de Bond. Los dos han pasado por la misma experiencia: su madre, su
creadora les ha dejado morir, les ha puesto en peligro para salvar al mundo. La
diferencia entre Silva y Bond es que uno reconoce y asume lo que es ser héroe,
mientras otro, quizá más sentimental, más “humano” pese a lo que pueda parecer,
se niega a ser rechazado, olvidado. Bond no sólo “perdona” a M, la entiende;
Silva ni la perdona ni la entiende. La relación de Silva con su dios no es de
héroe, si no de hijo. Silva es hijo de M y le recrimina que no le tratara como
madre, que no cuidara de él, que no le salvara. Silva no puede ser un Bond
porque cree tener derechos, porque cree que merece ser tratado con compasión,
que merece ser acunado y mimado. Silva se indigna, se rebela como un niño mal
criado que no quiere crecer y aceptar que debe valerse por sí mismo, que para
hacerse hombre es necesario prescindir de los cuidados de una madre.
El final es absolutamente cristiano. Transcurre en una capilla y como dice
Silva: “Por supuesto. Tenía que ser aquí. Gracias”. Dice Gracias, como si M hubiera escogido ese lugar. Según su visión, lo
que está ocurriendo es sagrado y por tanto no puede ocurrir de otra manera. Él
cree que su rebelión, su venganza son justas. Es el ángel caído que cree que
puede vencer a Dios y utilizar lo que Dios le ha dado para vencerle. Y habría
podido hacerlo de no haber sido tan humano. Cuando ve que han herido a su
madre, se horroriza. ¿Qué te han hecho? Le pregunta. No es sólo que Silva esté
algo loco, no es el típico loco malo, es que cree que su misión es honesta
porque está cargada de sentimentalismo, cree que el amor puede justificarlo
todo y no le basta con matar a M, quiere que ella le mate también. Para
demostrarle que todo lo que ha hecho no lo ha hecho por maldad, sino por amor. Y porque
sabe que después de matar a su creadora la vida no tendrá sentido. De esa forma, muriendo con su dios, su rebelión no es sólo venganza
sino, desde su perspectiva, un acto de amor. Es melodramático, operístico, muy latino.
Antes de que M pueda hacer nada, Bond le lanza un cuchillo a Silva,
de nuevo algo que representa el pasado, rudimentario y simple, y un acto tan simple, acaba con él.
Bond recoge del suelo a M que agoniza y la sujeta entre sus brazos, emulando
una de las imágenes cristianas más famosas: Una Piedad. Normalmente es la
Virgen quien sostiene al Cristo. En este caso es el héroe, el hijo, quien
sostiene a la madre. Antes de morir M mira a Bond y dice: “Al menos hice algo
correcto”. ¿Qué hizo? ¿Qué le está diciendo M a Bond? Que a pesar de haber hecho
muchas cosas mal, antes de morir, de lo único que se siente orgullosa es de
haber creado un héroe. Ella cogió un huérfano y lo convirtió en James Bond. El héroe
que ahora la sostiene en sus últimos momentos, que ha luchado por ella, que ha
estado dispuesto a dar su vida para salvarla y que ha puesto a su servicio todo
eso que ella le ha enseñado. Y donde ella muere, James Bond vuelve a nacer.
M muere, pero eso no significa que todo termine. Mallory se
convierte en el nuevo M. Porque en la mitología todo se renueva y las guerras,
los desordenes y las rebeliones son ciclos, pruebas para el héroe, su razón de
ser. Cuando Bond entra en el despacho de Mallory, ya es de nuevo Bond. M tenía
razón, nada como dejarle ser, para que sea. En un sobre sellado M le da las
instrucciones para su nueva misión. “...Lots to be done” (Mucho que hacer) Le dice
M, Ready? ¿Preparado? La respuesta de Bond define su espíritu heroico: “With
pleasure”. Con placer, responde. No sólo está listo, sino que además lo hará
con placer. No porque sea su obligación, no porque es un trabajo, si no porque
es lo que da sentido a su naturaleza, porque es lo que le gusta, lo que sabe
hacer. Porque sabe que sin él, el mundo y el orden corren peligro. Para que
nosotros podamos seguir con nuestras vidas, ajenos a los peligros que nos acechan,
censurando la violencia con más ignorancia que hipocresía, y disfrutando de la
tranquilidad que proporciona el orden, él tiene que seguir siendo héroe.
Skyfall es ficción, entretenimiento, una película de acción. ¿De
verdad hay todo eso? Yo no he visto nada, puede decir alguien. Lo siento,
le contesto. Hay eso y mucho más. Pero como siempre, lo que vemos es lo que somos.
Como decía Lex Lutor en la primera película de Superman, una de mis más
queridas y revisitadas : “Unos leen Guerra y Paz y creen que han leído sólo una
novela de aventuras, mientras que otros descubren los secretos del universo
leyendo los ingredientes en el envoltorio de un chicle”.
Es sólo mi visión, mi mirada.
¿Y quién usted es? Preguntará
alguien.
A lo que yo respondo: Mi nombre es Devin, Samantha Devin.
1 comentario:
Fantástico análisis, me ha encantado, enhorabuena.
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