Hay películas de las que muy
poca gente ha oído hablar, películas extraordinarias, misteriosas, llenas de
matices y significados, de buenos actores y detalles fascinantes de esos que
permanecen en la memoria como contraseñas de lo inefable, que sin embargo son
completamente desconocidas para el público general. Una de esas películas es
“Reflections in a golden eye” - Reflejos en un ojo dorado. El director es John
Houston y los actores, Marlon Brando, el mejor y más brutal actor de la
historia del cine y una de las actrices más legendarias de Hollywood, Elizabeth
Taylor. Cada vez es menos extraño encontrarse con gente que no ha visto ciertos
clásicos imprescindibles. Escarbar y rebuscar, salirse de lo que conforma la
cada vez más infantil muestra de cine que se exhibe en las salas, es una tarea
en la que pocos parecen interesados. A pesar de que la posibilidad de acceder a
todas las formas de cultura es ahora más sencilla que nunca, el interés es sin
embargo mínimo. No sé si más o menos que en otros períodos de la historia, pero
si algo bueno tiene el momento en que vivimos es esa posibilidad. Ya no podemos
quejarnos de que es difícil, caro o inaccesible. Si alguien no lee a los
clásicos griegos o a Shakespeare es porque no quiere o no sabe.
La película es una obra maestra
de principio a fin pero puedo entender que pasara desapercibida, que sea una
película casi desconocida a pesar de su director y actores. No es una película
fácil, es una película para adultos, para espectadores que disfrutan de los
detalles y las psicologías enrevesadas. Sus imágenes y escenas están cargadas
de un misterio y una belleza casi grotescos. Una de las marcas del buen arte es
que deja poso, que planta semilla. Y otro signo de nuestro tiempo es que una
vez vista una película el gesto que sigue es ponerse inmediatamente a buscar la
siguiente oferta, que probablemente deje tan poca huella como la recién vista,
y olvidarse sin más de lo que se ha contemplado sin concederle siquiera una
consideración, un pensamiento. No hay digestión. Claro que la oferta como digo
es poco suculenta, bastante ligera y poco vitaminada y no deja mucho que
digerir, pero cuando uno se topa con trabajos que merecen la pena, con verdaderas
obras maestras, hay que saber cómo aproximarse, como mirarlas, cómo saborearlas,
cómo atesorarlas. Todo esto que puede parecer absurdo he llegado a la
conclusión de que es un arte en sí mismo, una forma de apreciación que se está
perdiendo. También he llegado a la conclusión de que es una suerte saber hacer
todo esto porque los que sabemos ganamos un montón y aprovechamos, disfrutamos y aprendemos mucho más que los que
simplemente rozan con la retina la imagen sin dejarla traspasar el
entendimiento. Debería haber escuelas de cómo mirar para ver.
Reflections in a golden eye está
basada en la novela de Carson McCullers y se desarrolla en una base militar de
Carolina del Sur en tiempos de paz. Hay una frase al principio del libro que
Houston también utiliza al comienzo de la película que dice:
“Hay un fuerte en el Sur, donde
hace pocos años se cometió un asesinato. Los participantes en esta tragedia
fueron: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo.”
Con esta curiosa frase se crea
el suspense inicial. Uno puede ponerse a elucubrar, a hacer combinaciones con
los datos ofrecidos para tratar de resolver el “plot”, el argumento. Pero
lo interesante de la película es que todo es suspense. La luz dorada y ominosa que
baña la cinta y que hace referencia a esos reflejos que pasan a través del ojo
que observa proporciona peso y significado moral al mismo aire, que, cargado de
profecías, anuncia la tragedia. El personaje del soldado, interpretado
por el jovencísimo y atractivo Robert Forster (que aparece en Jackie Brown de
Tarantino o Mullholand Drive de Lynch) es en sí mismo un misterio. La banda
sonora de Toshiro Mayuzumi, es un personaje más, una pieza clave de la intriga
que añade profundidad al enigma.
La historia está atravesada por
el deseo, el deseo insatisfecho que carcome a unos y el deseo satisfecho del
que se nutren otros. Hay dos grupos bien definidos en la película que por otra
parte no tienen mucho en común. Pero desde el punto de vista del deseo están
aquellos que lo esconden, que viven y respiran con él sin atreverse a rozarlo y
aquellos que dan rienda suelta a su pasión sin remilgos ni complicaciones. Los
deseos se cruzan y convergen en un endogámico puzle de secretos y engaños. La
vida parece normal: montan a caballo, juegan a las cartas, beben cocteles,
hacen fiestas, pero detrás de la normalidad se ocultan los miedos y las
frustraciones, los prejuicios y la desesperación. Es fascinante observar cómo
en un mismo espacio se pueden llevar vidas tan diferentes, cómo se puede
atender y organizar los propios sentimientos, necesidades y obsesiones de
formas tan distintas.
Por un lado está el personaje de
Marlon Brando que realiza el papel que más me ha impresionado de toda su
carrera por la destreza con que transmite la agarrotada personalidad del
capitán Penderton. Brando es capaz de actuar de espaldas; sin verle la cara
percibes lo que quiere comunicar con una precisión infalible. Sólo hay que
fijarse en cómo monta a caballo en esta película para saber lo que digo. Su
personaje es un militar gay o bisexual. Es un hombre seco e indiferente que
rezuma rigidez y mojigatería, un hombre soso y torpe que vive encerrado en su
secreto. Su planta fornida y su uniforme lleno de condecoraciones convencen a los
que le rodean, pero para el espectador, que lo ve todo, es una amalgama de
afectación y máscara. Penderton vive fuera de la vida, sumido en una obsesión
enfermiza por el soldado, a quien observa y sigue en la distancia, sin
atreverse a abordar. Está lleno de deseos insatisfechos, encerrado en un papel
que sabe cómo ejecutar, pero que cada vez le cuesta más trabajo sostener. Hay
una imagen fascinante en la que el soldado, que es un tipo casi mudo, simple y
poco inteligente, aunque atractivo y con una energía animal muy fuerte, aparece
montando a caballo desnudo en una pradera circular en medio de un bosque que está bañado
por una luz dorada. Brando lo mira con una mezcla de fascinación (oculta) e
indignación (evidente), atravesado por el deseo y su imposibilidad de
expresarlo abiertamente. Está contemplando su peor pesadilla y su sueño más
hermoso.
Elizabeth Taylor interpreta a
Leonora, la mujer del capitán Penderton (Brando) con una habilidad y una
gracia encantadoras. Es una mujer simple, voluptuosa, torpe y coqueta. Vive
inmersa en su vida, disfruta de lo que se le ofrece, toma lo que desea. No se
complica; es carnal y descarada, alegre y resuelta. Ama a su caballo, Firebird,
un semental a quien sólo ella sabe montar y con el que tiene una relación más
íntima y cariñosa que con su marido.
La historia en su superficie es
simple, porque es vida, quehacer y rutina militar. Lo que la convierte en algo
fantasmagórico y misterioso es el secreto, lo que subyace, la mirada codiciosa
y furtiva, la imposibilidad de reconciliar el interior con el exterior, los
deseos con la realidad, lo innombrable con lo cotidiano, el yo esencial con el
yo aparente. Pero sobre todo es la genialidad de Houston para combinar y unir
cada uno de los detalles y crear un sentido que va más allá de lo que podemos
sospechar. Es un ritual que una vez consumado despeja el camino y revela una
realidad antes invisible.
Como en toda obra maestra nada
se deja al azar. Incluso los personajes secundarios están creados con una
sutileza y profundidad fascinantes.
La pareja formada, Mrs. Alison,
la mujer del Teniente Langdon, que es el amante de Elizabeth Taylor, y su criado
filipino, Anacleto, es una de las mas curiosas que he visto en el cine. Ama y
sirviente, (Alison y Anacleto), están compenetrados como si fueran un solo ser.
Él es un gay amanerado y ella una mujer débil y sensible con problemas de
corazón que requiere la clase de cuidados que sólo Anacleto sabe darle. Alison
tuvo una hija que murió y está marcada por la tragedia, por un dolor
insuperable que no puede reprimir y que la convierte en un ser desplazado,
incapaz. Su hipersensibilidad les marca con el estigma de la locura. No es que
sean normales. Ambos se pasan los días encerrados en la habitación de Alison,
despiertos hasta la madrugada, pintando con acuarelas y cosiendo, fascinados
ante los prodigios que se venden en las tiendas de todo a 5 centavos, como si
fueran niños en un mundo de adultos. Pero su locura, su encierro, se debe a esa
hipersensibilidad y a la falta de comprensión que encuentran en el mundo en que
viven. Se dan cuenta de todo, del affaire que su marido tiene con Leonora, de
los secretos del capitán Penderton, del visitante nocturno… El mundo que les
rodea es demasiado feo, demasiado falto de sensibilidad, prefieren vivir
aislados.
El soldado, que podría decirse
es el motor de la historia, es igualmente inconcebible y oscuro. Sólo se
comunica con los caballos y mientras Marlon Brando le persigue a él, él está
obsesionado con Elizabeth Taylor. Tanto, que por la noche, cuando todos
duermen, se cuela en la casa del capitán y Leonora, que duermen en cuartos
separados, entra en su habitación y la observa dormir hasta que amanece. Olfatea
sus ropas, la venera, se la aprende y la
posee con los ojos, sin tocarla. Su mirada encierra todo un universo de
sensaciones y deseos incomunicables, idóneos tanto para una pesadilla como para
un sueño imposible.
El motivo o el tema de la
película es como he dicho el deseo insatisfecho, pero también lo prohibido, lo
que nos obsesiona, la imposibilidad de ser uno mismo, el miedo a poseer lo que
realmente queremos porque eso pondría en evidencia nuestra verdadera naturaleza.
Un detalle fascinante es la
presencia del viento. Sopla siempre durante las escenas más misteriosas. Es un
viento enloquecido que agita violentamente los árboles, las persianas, las
cortinas, las puertas, y que funciona como una metáfora subliminal de la
agitación que se mueve dentro de los personajes.
La escena en la que Marlon
Brando habla y gesticula delante de un espejo sin saber que está siendo
observado, sirvió a Robert de Niro para Taxi Driver. La mítica escena: “Are you
talking to me?” la sacaron él y Scorsese de ese acto grimoso y patético que
Brando, siempre genial, creativo y perfeccionista, hizo para dar a su personaje
un toque aún más humillante e indigno. Otra curiosidad es que las fotos que
Francis Ford Coppola utilizó en Apocalipsis Now de Marlon Brando vestido de
militar, en las que se mostraba a Kurtz de joven, pertenecen a esta película.
No quiero contar todo lo que
ocurre, sólo abrir el apetito a aquellos que tengan ganas de disfrutar de algo
diferente y bien hecho, algo que quizá se convierta en un recuerdo memorable
que estimule pensamientos impensables.
Sólo decir que hay una escena espectacular que me gusta ver y evocar y que
sintetiza el título de la película. Transcurre en la habitación de Alison de
madrugada, mientras ella y Anacleto están sumidos en sus tareas. Anacleto está
pintando con sus acuarelas un enorme “peacock”, un pavo real, de un enfermizo color
verdoso. El animal tiene un gran ojo dorado con el que observa todo lo que
ocurre: Lo grotesco, traduce Alison llena de pavor, a partir de los gestos de
Anacleto. Sólo por esa escena, por sus miradas, por la música, por lo que
representa y por la altísima concentración de misterio y fantasmagoría que encierra,
merece la pena ver la película.