viernes, 2 de febrero de 2007

HÉROES DE AYER Y DE HOY




“¿Cómo se puede ser héroe? ¿Cómo superar la necesidad y alcanzar la excelencia? ¿No es este un sueño vano de omnipotencia infantil? ¿No es el heroísmo una turbia ilusión?” Para quien cree, como yo, que el heroísmo es la más alta meta que el hombre puede imponerse, las preguntas que Fernando Savater formula en su fantástico libro, La Tarea del Héroe, no son teóricas, constituyen el camino, revelan la forma y afianzan la autodeterminación.
Los héroes han existido desde el principio de los tiempos. Siempre los hemos necesitado. Su presencia, ya sea en la vida real o en la ficción juega un papel fundamental en todas las culturas. Incluso hoy, que nos creemos a salvo de mitos y mitificaciones, la figura del héroe proporciona un sustento moral poderoso a aquellos que desean identificarse con el hombre ideal. Jack Bauer es para el siglo XXI lo que Aquiles fue para los griegos de los siglos VII AC en adelante. Homero abre la Iliada con la palabra “Menim”, Cólera. La Iliada es un poema escrito para ensalzar, estudiar y aprender de la cólera de un héroe, para que sepamos cómo piensa, actúa, sufre y ama. Homero no nos presenta un personaje afable, si no a un hombre encendido por la ira, movido por el coraje que proporciona tener una misión. Aquiles, y podemos decir lo mismo de Bauer, es infalible, inflexible y brutal cuando está en el frente. Cuando cogen su espada o su pistola, Aquiles y Bauer se transforman en soldados y se alejan de lo humano para entrar en una esfera que está reservada sólo a unos pocos. Sus facultades crecen, sus sentidos se agudizan, su compasión desaparece, su fuerza física se magnifica. Son héroes.
Puede sonar descabellado comparar la Iliada con 24, y a Aquiles con Bauer. La Iliada es un tesoro literario, una fuente de información para conocer el mundo antiguo, fue la base moral, espiritual y social de los griegos, que encontraban en sus páginas el cómo y el porque de su mundo y quizá es la obra más importante e influyente de la literatura occidental. No se pueden comparar. Pero yo voy a hacerlo. Porque aunque los tiempos han cambiado y en el pasado la forma en que un hombre tomaba contacto con sus ideales era muy distinta a la de ahora, en el fondo, la tarea del héroe sigue siendo la misma. Y la necesidad que el hombre tiene de poder señalar sin ambigüedad sus valores no ha decrecido.
Antes se escuchaban las historias sobre héroes de boca de un poeta, de camino al mercado, en un descanso, sentados alrededor de una hoguera o en la plaza del pueblo. Hoy nos acomodamos después de un día de trabajo junto a la chimenea y nos dejamos invadir por la fascinación que siempre ha proporcionado cualquier persona o artefacto capaz de sacarnos de nuestra realidad y transportarnos a un mundo ideal. O, en el caso de 24, a una réplica de nuestro propio mundo, donde Estados Unidos es el protagonista y donde las amenazas no son los Troyanos si no los terroristas.
Aunque la serie lleva seis años yo la he descubierto hace sólo un par de meses porque nunca veo la televisión y no le tengo mucho respeto. Por eso, cuando la vi por primera vez en DVD, lo que más me sorprendió fue la similitud del “plot”, de la trama, con las tragedias griegas, con la épica griega. Han pasado miles de años desde que Homero escribió La Iliada, desde que Eurípides estrenó Las Bacantes y cientos desde que Shakespeare representó aquí en Londres su Hamlet, pero como toda ficción genuina, 24 posee la fuerza de lo esencial, de lo que es verdadero porque pertenece a la naturaleza humana, a sus pasiones, a sus miedos, a sus logros.
El presidente Palmer tiene que luchar por el poder que le corresponde como monarca honrado y como representación del Orden del mismo modo que Zeus luchó con los titanes para conseguir su trono en el Olimpo. Su mujer Sherry, utiliza la palabra como arma para realizar sus siniestros fines igual que Lady Macbeth lo hizo hace siglos. Con Nina Myers comprendemos con desolación lo que es la traición, la verdadera traición. La supuesta locura de la mujer del nuevo y patético presidente (monarca), Logan, tiene un complejo de Casandra que imagino (aún no he llegado al final de la serie 5º) costará caro a los gobernantes. El Prospero de Shakespeare me recuerda a Tony Almeida, desplazado de su cargo por usurpadores y oportunistas, un héroe desterrado en la isla de un suburbio de Los Ángeles.
Durante toda la serie, cada hora, se plantean dudas morales como las que Sófocles planteó en su Antígona. ¿Qué es más justo, pasar por encima de la ley y desatender las obligaciones que tenemos como ciudadanos o cumplir con las que demandan los lazos de sangre? ¿Es justo matar a un hombre para salvar a otro que posee información que a su vez puede salvar a miles de personas?
El conjunto es impecable pero lo que le da a 24 la chispa es por supuesto Jack Bauer.
Como todo héroe, Bauer es un solitario marcado por el estigma de los que han nacido con un destino distinto, imposible de compartir con nadie porque requiere renuncias y sacrificios, pero sobretodo, exige no temer a la muerte. Bauer está inmunizado, protegido como Aquiles, por su propia elección de enfrentarse a la muerte. Cuanto más se expone a ella más invulnerable es. En La Iliada diríamos que una fuerza superior le sostiene y a la vez le ata a su destino. La valentía del héroe no está solamente en el campo de batalla si no en la vuelta a ese hogar vacío al que regresa después de la lucha, solo y sabiendo que ha sido elegido para desempeñar un papel y que mientras él sostiene el peso del mundo sobre sus espaldas, como un atlas, el mundo mira hacia otro lado cuando se convierte en hombre, y como un niño abandonado reclama el mismo trato, el mismo amor y comprensión que cualquier otro ser humano. Pero eso es imposible. Queda bien expuesto cuando la mujer que ama le ve en acción, transformado en “armadura”, prescindiendo de todas aquellas debilidades que obstruirían el resultado deseado. Entonces, la mujer se aleja de él aterrorizada sin darse cuenta que el héroe, fuera de la acción es tan vulnerable o más que cualquier hombre. Y debería estar claro porque cuando Bauer sale de la acción jamás utiliza sus facultades para su propio provecho. Ante la mujer que ama está desarmado, perdido. Es reservado, vulnerable, incluso da la sensación de que a veces pide disculpas con la mirada por ser lo que es, un héroe, por ser el mejor, por saber siempre lo se tiene que hacer.
Pero cuando entra en acción la Fortuna y las circunstancias se alían con él. En ese momento toda su atención se centra en la consecución de un fin y Bauer se transforma. Aquiles estaba protegido, bendecido, por los dioses Olímpicos, Bauer conjura el caudal de sus fuerzas, concentra todo su ser en la meta y mientras él está al mando sabes que las cosas serán ejecutadas de la mejor forma posible. En su claridad, es casi vidente y por eso mismo jamás pone el peso de una situación en las decisiones ajenas. Él sabe cuál es la mejor forma de hacer las cosas, es su don. Mientras otros dudan y calibran él visualiza la solución sin que el tiempo intervenga. Es decir, los hombres corrientes dependen de ese intervalo, por pequeño que sea, que se utiliza a la hora de sopesar y decidir. Bauer en cambio prescinde del proceso porque su visión forma parte de la acción misma. Su yo queda en un segundo plano a la hora de elegir porque la meta está unida a la realización de su destino. Y un héroe es ante todo acción. El calibrar queda para aquellos que piensan en jerarquías, en consecuencias, en protocolo. Bauer está solo en las situaciones más límite, incluso teniendo el apoyo de CTU, porque está fuera de los márgenes humanos, de sus leyes, de sus procesos.
Bauer, sin saberlo y sin que el espectador sea consciente, porque hoy ya no tratamos con esencias, está al servicio, no de USA, ni del bien, sino del Orden. Si Bauer fuera un personaje de la Iliada, estaría al servicio de Zeus, cuyo reinado asegura la posibilidad de vida, de justicia y estabilidad en la tierra. Todo lo que Palmer representa. Lo que conocemos, las ciudades, la organización del tiempo, lo cotidiano, está asegurado con el reinado de Zeus.
Palmer es la meta, Bauer el medio. Sin su intervención el mundo estallaría en pedazos, la población diezmaría y el Caos tomaría el control. Bauer es el motor y el resto piezas necesarias para que él pueda desarrollar sus facultades. Es curioso observar que muchas veces las personas menos admirables son las que más ayuda le proporcionan. Chloe, socialmente inadaptada, divertidísima, es su más fiel y valioso aliado. Edgar Stiles, orondo y tímido es un genio sin cuya ayuda Bauer no podría ejercer de Bauer.
La rapidez de Bauer es automática. Cuando alguien se ve envuelto en la trama sin quererlo, la diferencia entre el resto del mundo y él se acentúa. A pesar de que estemos en guerra somos ciudadanos, no guerreros. Sólo Bauer es consciente de ello. Por eso cuando alguien entra en el campo de batalla por casualidad Bauer tiene que despertarles a gritos “¡Move! ¡Now!” y el aturdido ciudadano actúa como marioneta sin saber qué está ocurriendo, sin saber que el destino del mundo que conocemos, depende del hombre que tiene al lado. Pero siempre le escuchan. Sólo comunica lo esencial, porque es parco en palabras, pero lo hace con tanta seguridad, con tanta irrevocabilidad que el ciudadano de pronto se descubre a sí mismo como parte integrante de algo más grande. Y por un instante atisba, sospecha, que ese que le habla no es un hombre corriente.
No lo es por muchas razones pero quizá la principal es su resistencia al dolor y la ausencia de miedo. Algo tan obvio como la tortura es utilizado para conseguir respuestas a lo largo de la toda la serie. Con Bauer no da resultado. Cuando le torturan es como si cerrara una válvula, esa que nos conecta con lo humano, con lo más humano: el dolor. En ese instante sabemos que su carne y él son cosas distintas y que antes que ceder, Bauer preferirá dejar morir su cuerpo y preservar intacta la figura del héroe. Porque ese es su verdadero yo.
El heroísmo es el tema principal de mi vida. Con los años se ha ido definiendo como tema y como tarea personal, convirtiéndose en un argumento claro y consciente tanto en mis novelas como en mi ideología. Quizá por eso me fascina Grecia, porque es la cuna de los héroes, de los inmortales. Allí fue donde el heroísmo se definió, donde el hombre supo que a pesar de su fragilidad y de su mortalidad era capaz de dejar huella, de traspasar su humana naturaleza y conquistar lo que sólo a los dioses les estaba reservado. Para mí, que siempre ando a la busca de héroes, de modelos en los que lo humano esté magnificado, Jack Bauer es uno de los hallazgos más valiosos de los últimos tiempos. Emplazado en un tiempo concreto, el nuestro, es sin embargo un héroe atemporal, eterno. Hoy es difícil hacerse a la idea de que podemos aprender valores y concebir ideales de la ficción, pero si lo pensamos con detenimiento toda la historia de la humanidad se mueve por la ficción. ¿Qué son la Biblia y el Corán sino literatura? Es de la ficción de dónde saca el hombre sus ideales y es en la ficción dónde se crean los héroes. Decir ficción es decir deseo, anhelo, arquetipo, aspiración, esperanza e ilusión. La ficción, ayer y hoy, es la fuente donde se crea y donde proyectamos nuestro anhelo de excelencia. ¡Salve Bauer!