jueves, 17 de noviembre de 2011

ODA AL SOL



Después de vivir de forma casi permanente en Londres durante seis años soy capaz de ver cosas que antes no veía, de sentir cosas que antes no sentía, soy capaz de entender lo que antes no comprendía.
Una de ellas es el poder del sol.
La frase "volver a la luz" no es una metáfora. Desde que pasamos más tiempo en Ibiza, los amaneceres vuelven a ser vibrantes e impetuosos, los días están invadidos por una luz cegadora que lo abarca todo. Los días, son días. Están calientes, sea invierno o verano. El aire está lleno de una luz que se puede respirar, tocar casi. Despertarse con el sol en la cara, un día sí y otro también, es como regresar a un planeta del que habíamos partido casi en otra vida. Te levantas empapado de luz, rodeado de brillos, somos seres fosforescentes. Te miras las manos y están al trasluz. Sol y más sol. Eso es lo que más me sorprende. El sol no se agota en España. El sol es, en el Mediterráneo, causa y efecto. Está en todas partes, lo llena todo. Todo lo alimenta. Crece y crece, y sube y sube, y uno podría pasarse la vida sólo tumbado al sol porque de él se sacan más verdades de las que nunca pensé pudieran obtenerse. Eso que dicen de que el sol es vida, es cierto. Y sólo alguien alejado del sol durante suficiente tiempo es capaz de afirmarlo con la fuerza de una creencia religiosa. Y sólo alguien que como yo, huía del sol como un vampiro hace solo siete años, es capaz ahora de sumergirse en su influjo con los ojos cerrados y dejarse invadir con una confianza y una plenitud sin límites. Ahora creo. Porque el sol es una realidad inevitable, el mayor y más claro ejemplo de la posibilidad del milagro. Pende sobre mi cabeza, ardiendo a millones de kilómetros de donde estoy, inflamado y explotando en una inimaginable orgía de violencia y calor, y cuando cierro los ojos trato de colocarme justo ahí, en su superficie, envuelta por inmensas llamaradas de magma a millones de grados, erupciones tan salvajes y destructivas como hermosas. El sol arde y nos hace arder. El sol es la causa de todo, del origen, y probablemente de nuestro fin. Cuando una de esas magníficas llamaradas surque el espacio que nos separa, o su extensión se expanda, incapaz de controlar tanta energía, nosotros desaparecemos. El sol define y modela los pensamientos de los hombres. El sol quiere ser rey y dominar, y sabe que puede hacerlo. Allí donde su fuerza es mayor, la gente ha caído bajo su influjo. Ahora lo entiendo. La pereza, no necesitar filosofar, la lentitud, la alegría, la despreocupación, todo eso son efectos del sol en la gente. El sol dice: soy tu amo y tus ritmos y pensamientos me pertenecen. Y es fácil caer rendido, decir sí, caliéntame, aliméntame, cúbreme. El sol gobierna y da sentido a la vida, y donde él está parece que sobra todo lo demás.
Ahora, hoy, 17 de noviembre del 2011 en Londres, este sol parece pertenecer a otro planeta. La luz es increíblemente pálida y frágil. El sol parece temblar, no se eleva, le cuesta subir y se queda atascado, agonizante, rozando las cosas tangencialmente. No calienta. Este sol no es el mismo sol que hay en Ibiza. Este sol está muerto, falto de vida. Parece mentira que unos miles de kilómetros al norte hagan tanta diferencia. En el planeta del que vengo, el sol quema, abrasa, sube y triunfa en el cielo, se hace dueño de la vista, de la vida. Todo depende de su fuerza; es masculino y vital. Aquí en Londres es pusilánime, le falta ímpetu. Es un sol viejo. Definitivamente no puede ser el mismo.
O somos los humanos los que no podemos ser los mismos sin él. Su presencia marca la historia de los hombres, sus destinos. 
El sur siempre estará bendecido por su calor y su energía. Por eso, aunque el sur sea pobre, o más pobre, siempre parecerá más feliz. Y por eso, el norte, aunque sea más rico, más avanzado, siempre será más desdichado.
El sol es poderoso. Ha sido adorado desde tiempos inmemoriales. Pero ante todo, el sol es amado, deseado. En ese espacio infinito que rodea nuestro minúsculo planeta no hay nada que valoremos tanto como el sol. Nada de todo lo que hay ahí fuera nos da tanto placer y satisfacción. Cuántas veces decimos: Me encanta el sol, qué gusto de sol, qué ganas de ir al sol. Todos, en ese tiempo de ruptura con la realidad que llamamos vacaciones acudimos al sol como forma de recargar energía. Las vacaciones son primordialmente entregarse al sol. Y la idea de Paraíso que todos tenemos es una playa de arena cálida y sol, mucho sol.
Ahora ya es casi de noche en Londres. El sol se ha ocultado detrás de los tejados y las tinieblas se han desplegado, anegándolo todo. Hay una línea azulada en el horizonte. El sol sigue su recorrido diario, inagotable, incansable. Se ha ido y todo se queda en sombras, literalmente. Mañana volverá. Amanecerá y traerá un nuevo día. Casi nada.
“Y la luz se hizo…” dice el Génesis. Mañana, gracias al sol, todo comienza de nuevo.