miércoles, 26 de septiembre de 2007

UN GIGOLÓ ESPAÑOL EN LONDRES




“Londres es en conjunto la forma más posible de vida. Lo digo como artista y como soltero; como alguien que tiene la pasión de observar y cuya tarea es el estudio de la vida humana. Es la mayor congregación de vida humana- el más completo compendio del mundo” Henry James escribió esto en 1876 pero la apreciación es tan actual como entonces.

Hoy hay miles de españoles viviendo en Londres. Unos llegan entusiasmados pero se marchan al poco tiempo, incapaces de soportar el tiempo y la comida. Otros, como David (no es su nombre real) se quedan porque es el único lugar que les permite sostener la imagen que han creado de sí mismos. A veces, como le ha ocurrido a él, esa imagen les apresa y ya no se identifican ni con lo que eran ni con lo que son.
David ya no sabría cómo regresar a casa, a España, porque hace tiempo que ese nombre perdió sentido para él. Vino como todos, a estudiar inglés, a conocer mundo, a conocerse a sí mismo. Ahora sabe inglés. Aunque el idioma que utiliza para comunicarse no es ese sino el de la seducción. Tiene 28 años y es gigoló. Es alto, moreno, hermoso como un torero. Al menos como la idea que tienen aquí de un torero.
Llegó con 24 años, después de terminar su carrera de empresariales. Sin perspectivas de futuro porque no tenía interés en un futuro y menos aún empresarial. Acabó la carrera por obligación y es sabido que todo lo que no sale del alma acaba pereciendo. Unas vacaciones y un curso de inglés intensivo eran el plan.
Ahora, cuatro años después, tiene un estrecho pero coqueto loft en Chelsea desde donde se acicala para sus citas. No son numerosas pero sí exclusivas, bien pagadas. La razón de su éxito es que hay mujeres que sólo han sido miradas por seres escuálidos y blanquecinos. Hombres mantecosos de piel rosada y maneras exquisitas, o no tanto. El inglés es pálido, de carnes laxas y normalmente poca cosa. Los hay, o ha habido, como Byron, fornidos, elegantes y apasionados. Pero el tipo que abunda es el Shelley: Enfermizos, cadavéricos, blandos de pies a cabeza.
David es una especie exótica. Su andar es refinado sin afectación. Su mirada no es de usar y tirar. Se queda prendida en algún lugar y pasado un tiempo nos hace pensar. No en él. En algo relacionado con él. Lo silvestre, quizá.
“La primera vez, me dice David, fue extraño. Llegó una señora muy arreglada a la parada de autobús donde estaba y me dijo que podía llevarme a donde quisiera. No era guapa pero sí elegante y subí al coche. Es como si esa mujer me hubiera abierto una puerta que daba a una parte de mi mismo. Como si antes que yo, ella hubiera visto que servía para esto. Después fue fácil. Me dio su teléfono y el de una amiga”
“¿Qué se siente al hacer el amor a una desconocida?” Le pregunto.
“Pena”, contesta. “No imaginas cuanta. Y no es el amor”, dice con algo de desprecio. “Lo que yo hago es un simulacro de amor. El sexo que estas mujeres buscan es la ilusión del un amor perfecto.”
Es sensible, pienso. “¿Existe?” Pregunto, “¿El amor perfecto?”
“No lo sé”, contesta mirándose los brillantes zapatos con media sonrisa. Como si hablar de amor fuera más impúdico que follar por dinero.
“Yo no lo conozco. Creo que nunca me ha querido nadie y yo…-duda- No, creo que tampoco sé lo que es estar enamorado.
“¡Dios!, que triste es este chico, pienso mirando sus rasgos perfectos. Él se gana la vida con lo que crea la vida y, sin embargo, no conoce lo más importante de la vida.
“¿Sabe alguien a lo que te dedicas?
“No, sólo tu. Y espero que no se lo cuentes a nadie. –dice, pensando que quizá no ha sido muy buena idea contármelo porque tenemos amigos comunes.
“¿Y con hombres? ¿Has estado con hombres?
“Me mira de reojo, como calculando si puede confiar en mí. Creo que tiene tantas ganas de hablar de sincerarse con alguien que hasta es posible que decida que soy de fiar.
“Alguna vez”
“¿Y?”
“Y nada-dice muy serio.- Es lo mismo.
“Bueno imagino que alguna diferencia habrá. Aunque sea muy pequeña-digo bromeando.
Sonríe. Y verle sonreír me da más pena que verle serio.
“Algo te falta ¿Qué es?-pregunto sabiendo que corro un riesgo.
No me mira. Parece que el mármol blanco del suelo es lo que más le interesa del mundo.
“Me falta alguien como tu”
Esto sí que no me lo esperaba. Pero sé lo que quiere decir. Necesita alguien que le escuche sin juzgarle. Alguien que esté fuera, pero que sea de dentro. Es decir, una “no cliente” y española que pueda comprender su carácter.
“Te advierto que no soy demasiado buena dando consejos- digo esto quizá demasiado fríamente. No es la respuesta que se da a alguien que acaba de decir lo que él ha dicho. Pero en el fondo me ha afectado más de lo que esperaba encontrar un semental con el corazón de un cachorro abandonado.
“No me malinterpretes-dice entonces.- Quiero decir que me gusta hablar contigo. Sabes escuchar.
“Si, eso es cierto.- contesto- Pero si estás tan sólo ¿porque no te vuelves?
“¿Volver? –pregunta como si no supiera lo que ese verbo significa.- No hay ningún sitio donde volver. No podría. Yo ya no tengo casa. Esta es mi ciudad, mi sitio: Un lugar que te permite vivir como yo vivo, sin que nadie sepa quién eres o qué haces.
“Sí. Eso no tiene precio, -digo con seguridad.- Pero todo lo demás sí lo tiene. Londres es una de las capitales más caras del planeta”
“Sí. Lo es. Y a mi me encanta hacerme trajes en Saville Row, comprar en Bond Street, en Jermyn Street. ¿Sabes que en esas calles es donde los dandys se hacían la ropa hace siglos? Todos los caballeros tenían tomadas las medidas en un sastre de Saville Row. Me gusta pensar que lo que llevo puesto es algo único.
“Eres un dandy de la era moderna. Como Beau Brummell,- digo sonriendo”
“Exacto-responde con los ojos iluminados- Me gusta arreglarme. Lucir mi traje de 3000 libras, mis zapatos hechos a medida. Me siento especial, deseable.
“¿De verdad da para tanto?”-preguntó fascinada.
“Lo cierto es que da para mucho más. Pero también pienso que es bueno ahorrar. Nunca se sabe cuanto puede durar.”
“Eres joven y mujeres ricas con ganas de divertirse va a haber siempre.”
“Ya, pero no sé si querré hacer esto siempre. Es necesario tener una edad, una imagen. Llegado cierto momento me vería ridículo haciendo esto. Ahora es como un juego. No tengo obligaciones ni las quiero pero ¿Y mañana?
“¿Mañana?”
“El mañana siempre llega”-dice
“Parece el título de una película de James Bond”
“Sí- sonríe- Pero es cierto.
“¿Si tuvieras que destacar qué te da esta ciudad, que sería?” Le pregunto.
“Me da libertad”, contesta.”
“¿Para qué?”
“Para ser yo mismo.”
“Pero ¿Ahora eres tu mismo? ¿Es esto lo que querías ser? ¿Un gigoló?”
Me mira desconcertado.
“Sí”, responde con orgullo. “Soy esto. ¿Qué hay de malo?”
“No lo sé”, contesto. “Dímelo tú.”
Se queda mirando sus carísimos zapatos un momento y luego levanta la cabeza y dice: “¿Quieres saber qué es lo peor? Lo peor es este maldito clima. Me acabará blanqueando la piel y todo se irá al carajo. No más macho latino.”
“Hay rayos UVA”, le digo, sabiendo que no es el sol que brilla sobre nuestras cabezas lo que él echa de menos.
“Sí, pero no es lo mismo. ¿Va a salir esto en tu entrevista?” pregunta.
“Claro”, contesto.
“¿Pero no dirás quien soy?”
“Sólo lo que haces”.
“Lo que hago…”, dice riendo. “La verdad es que hay tanta distancia entre quién soy y lo que hago que ni yo me reconozco a veces.”-dice haciendo gala de una enorme pero adorable incoherencia.
“Pero eres libre”, digo con malicia.
“Sí”, contesta satisfecho, “Lo soy.”
“Eso es lo que importa.”
Me levantó y abandono el bar del hotel donde nos hemos citado. Él se queda allí, sentado. No le digo lo que pienso. Dejo que siga creyendo que la libertad es posible cuando existe una distancia semejante entre lo que se es y lo que se hace. No tengo valor para decirle que está atrapado en una ilusión porque yo estoy atrapada en la mía y así “ad infinitud”.
Es lo que tiene Londres: Permite vivir nuestra propia ficción. Normalmente el tiempo que somos capaces de sostenerla es menor que el de David, pero su caso es extremo en todos los sentidos. Londres le proporcionó una imagen de sí que le gustó y allí se quedó. Contemplando su perfecta imagen de dandy. Una especie de Dorian Gray a la española. Probablemente la única imagen estática de todo Londres.

5 comentarios:

Antonio dijo...

Has vuelto..
Me alegra tu rentrée

Kss

S.R.-D. dijo...

"Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos."

Esta es la Londres privada de los poetas que la habitamos.

hugo dijo...

Todo lugar es un buen lugar a la medida de los otros.


Saludos.


hugo

Anónimo dijo...

alguien sabe como ponerme en contacto con Samantha. Quisiera enviarle un email...

Anónimo dijo...

correo@samantha-devin.com