Feliz, 2008, lectores asiduos y Feliz, 2008, nuevos lectores.
Este año ha comenzado envuelto en preguntas. Preguntas que están suspendidas en la mente de todos y para las que algunos de vosotros tenéis respuesta. Si es así aquí podéis iluminar el mundo con vuestra visión. Si algo necesita el mundo es luz.
Esta es la pregunta:
¿Y si el arte, todo el arte no fuera más que una evasión de la conciencia? ¿Un instante que nos saca de nosotros y nos hace olvidar nuestro presente, como pueden hacerlo el amor, el sueño o la muerte? Construimos y visitamos edificios para albergar obras de arte y observar un cuadro. Compramos un libro para leer algo que jamás ha sucedido, ni sucederá. Pagamos una entrada para escuchar un sonido. No cualquier sonido, notas, tonos especialmente modulados, hilados para producir deleite.
¿Pero por qué nos produce deleite el arte? ¿Con qué nos conecta? ¿Qué nos aporta? Cuando salimos del libro o del museo, la vida sigue igual de desdichada para el desdichado y de feliz para el alegre. ¿Qué hemos incorporado a nuestro ser en esa experiencia? ¿Con qué nos vamos de más cuando abandonamos el concierto, cuando cerramos un libro, cuando salimos del museo? ¿Es algo que deja huella? ¿acumulativo? ¿algo que reposa en alguna parte de nosotros? ¿O es simplemente un instante que brilla y luego se desvanece dependiendo de la sensibilidad de cada uno?
¿Es presente lo que nos aporta el arte? Tal vez sea que nos sitúa fuera del espacio-tiempo real y nos coloca en un espacio-tiempo hecho a medida de cada uno. Nos hace dueños de esos términos y por tanto recrea el contenido, es decir a nosotros o nuestra apreciación de nosotros mismos. Porque dentro de la verdadera obra de arte nosotros somos el contenido. La forma es lo que el artista utiliza a modo de espejo, pero es un espejo como el de la madrastra de Blancanieves que siempre nos da una imagen mejorada de nosotros mismos. Lo que vemos es cómo deberíamos ser y nos libera del “así somos”. Incluso un género oscuro y trágico sirve para apelar al ideal. El horror puede revelar el coraje, la heroicidad, los valores por los que merece la pena vivir.
Un cuadro como, El Coloso, de Goya, que tantas especulaciones generó desde su creación, es para mí un espejo del horror transformado en visión, en premonición. Como si fuera una advertencia, como si el cuadro representara algo que todavía puede evitarse. Porque en el espacio-tiempo del lienzo los horrores que se insinúan aún no han sucedido o están siempre sucediendo.
La Venus de Milo, por otro lado, dirige nuestra sensibilidad a lo eterno, a lo que siempre será bello pase lo que pase. Incluso sin brazos y magullada por el tiempo mantiene la esencia de la serenidad, de la belleza y el ideal imperturbable.
El verdadero arte no es por tanto “fotográfico” sino simbólico. No muestra, anima a interpretar.