(¿QUIÉN DICE QUE YA NO EXISTEN LOS HÉROES?)
Ayer vi en directo la toma de poder de Obama con el corazón agitado, embargada y contagiada por el entusiasmo, que es el único contagio que no me repele. Con los ojos henchidos de mitología y siempre atentos a descubrir un retazo de épica en nuestra modernidad, disfruté de unos de los eventos históricos más emocionantes que he vivido, que hemos vivido.
La puesta en escena fue espectacular y en algunos momentos parecía que estábamos contemplando un cuento de hadas de los que leíamos de pequeños, o la coronación de un rey-héroe medieval, con trompetas, banderitas y redoble de tambores, con todas las personas importantes del reino invitadas a palacio, incluso la bruja Bush y compañía, que aguantaron el tirón y la vergüenza de encontrarse frente a la aclamación mundial del querido y ansiado héroe.
Ayer, el mundo entero y en especial Estados Unidos estábamos atentos a un hombre, que hace tiempo abandonó la condición de mortal y entró en el terreno mítico por derecho propio. Y estábamos atentos porque a pesar de lo que pensemos necesitamos creer y que nos recuerden que ser mejor es posible. Hace mucho tiempo que nadie hablaba, sin miedo a ser tachado de idealista e ingenuo, sobre los valores y el poder de la imaginación, sobre la grandeza y lo que cuesta ganarla. En Europa creemos que todo está dicho y hecho y que tener esta clase de ideales es infantil y absurdo. Y como la realidad la escogemos nosotros quien crea eso, así será para él sin duda.
Pero para quien crea que es posible que las cosas cambien, ahí está el héroe investido de idealismo, dispuesto a conducirnos al centro de nuestra propia valía. Porque lo que Obama lleva haciendo desde que comenzó su meteórica carrera es despertar conciencias, animar a los desanimados, resucitar a los muertos morales y eso tiene mucho merito. La aclamación mundial que ha conseguido no es sólo porque él imprima confianza, si no porque despierta la confianza en nosotros, no es porque él represente la esperanza, si no porque nos hace sentir que la esperanza aún está viva, no es porque esperemos que mueva una varita mágica y todo vaya a solucionarse, si no porque con sus palabras ha devuelto el protagonismo al ciudadano, al ser humano, y le ha colocado delante su capacidad de elegir y el regalo de volver a verse a sí mismo renovado, sin ideas preconcebidas y roles prejuzgados.
Lo que más me impresionó, quizá porque es un tema que estoy tratando ahora en Heroica, mi nueva novela, fue cuando habló de que nuestros retos pueden ser nuevos pero los valores de los que depende nuestro éxito son lo más viejo, son la Verdad. En un post que escribí hace unos meses titulado “El sueño imposible” hacía referencia precisamente a eso. Nosotros y nuestras necesidades, nuestros conflictos y miedos son pasajeros como lo somos nosotros, pero los valores permanecen a través del tiempo, inmutables y perfectos. Sólo tratando de alcanzar esos valores en nuestras efímeras vidas podemos saber lo que es la eternidad y con ello, hacernos participes y creadores de la grandeza.
Ayer, el mundo entero y en especial Estados Unidos estábamos atentos a un hombre, que hace tiempo abandonó la condición de mortal y entró en el terreno mítico por derecho propio. Y estábamos atentos porque a pesar de lo que pensemos necesitamos creer y que nos recuerden que ser mejor es posible. Hace mucho tiempo que nadie hablaba, sin miedo a ser tachado de idealista e ingenuo, sobre los valores y el poder de la imaginación, sobre la grandeza y lo que cuesta ganarla. En Europa creemos que todo está dicho y hecho y que tener esta clase de ideales es infantil y absurdo. Y como la realidad la escogemos nosotros quien crea eso, así será para él sin duda.
Pero para quien crea que es posible que las cosas cambien, ahí está el héroe investido de idealismo, dispuesto a conducirnos al centro de nuestra propia valía. Porque lo que Obama lleva haciendo desde que comenzó su meteórica carrera es despertar conciencias, animar a los desanimados, resucitar a los muertos morales y eso tiene mucho merito. La aclamación mundial que ha conseguido no es sólo porque él imprima confianza, si no porque despierta la confianza en nosotros, no es porque él represente la esperanza, si no porque nos hace sentir que la esperanza aún está viva, no es porque esperemos que mueva una varita mágica y todo vaya a solucionarse, si no porque con sus palabras ha devuelto el protagonismo al ciudadano, al ser humano, y le ha colocado delante su capacidad de elegir y el regalo de volver a verse a sí mismo renovado, sin ideas preconcebidas y roles prejuzgados.
Lo que más me impresionó, quizá porque es un tema que estoy tratando ahora en Heroica, mi nueva novela, fue cuando habló de que nuestros retos pueden ser nuevos pero los valores de los que depende nuestro éxito son lo más viejo, son la Verdad. En un post que escribí hace unos meses titulado “El sueño imposible” hacía referencia precisamente a eso. Nosotros y nuestras necesidades, nuestros conflictos y miedos son pasajeros como lo somos nosotros, pero los valores permanecen a través del tiempo, inmutables y perfectos. Sólo tratando de alcanzar esos valores en nuestras efímeras vidas podemos saber lo que es la eternidad y con ello, hacernos participes y creadores de la grandeza.