lunes, 4 de diciembre de 2006

GIGER, LA CÓPULA CON LO MONSTRUOSO


La primera vez que supe de HR Giger fue por la película, Alien, el octavo pasajero. El fascinante alienígena es creación suya. Siempre he envidiado la capacidad de crear y parir monstruos. Es un don igual de admirable que el de componer una pieza de música o pintar un cuadro, e imagino que como ocurre con toda obra de arte, la gestación tiene que ser memorable. Porque no hay que olvidar que antes de que el Alien saliera del pecho de William Hurt, Giger ya lo había tenido dentro. Todos los rasgos del espeluznante alienígena se gestaron en su interior. Lo que revela que la cabeza de Giger es el útero más abominable y fantástico que existe. Pero, si Giger es la madre ¿Quien es el padre? Y sobretodo ¿Qué clase de acto sexual hay que llevar a cabo para dar a luz a un monstruo?
Una mente creadora es como una antena parabólica que recoge del exterior, de lo más profundo o de las necesidades globales del ser humano, símbolos incompatibles con el método tradicional de concepción. Porque los seres excepcionales utilizan para nacer pautas distintas de las que la naturaleza impone. Unos, como ciertos héroes de la mitología nacen de la cópula de un dios y una mortal o de una mortal y un caballo. Sólo los más exclusivos se hacen de barro y una costilla. Los más profanos del desecho de otros seres humanos y una buena descarga eléctrica. Pero los más interesantes, son aquellos que nacen de la inspiración de un ser que hace las veces de padre, madre y destino. Su complexión obedece a los objetivos de su único progenitor, y en esos casos ni siquiera a la naturaleza le está permitido intervenir con su caprichosa conspiración genética. Porque quien así concibe tiene tan claro el resultado que no delega en colaboradores que puedan fastidiar el resultado final.
El momento en que Giger presiente que un alienígena le está creciendo dentro debe ser glorioso. Él, como si fuera una virgen tocada por el dedo de Dios, concibe sin necesidad de un acto sexual explícito, un ser único y fabuloso que nacerá, en su caso, con los rasgos de una pesadilla. Atendiendo a esta clase de creaciones antinaturales es posible que nunca sepamos si la Virgen Maria, la mejor hacedora de sueños de la historia, poseía, como les ocurre a los creadores supremos, la potencia espiritual necesaria para concebir sin ayuda de nadie, un ser perfecto, que representará la posibilidad en estado puro. Quizás Maria era una especie de Mary Shelley sin artilugios, que utilizó la fuerza de su imaginación y una tremenda pasión espiritual para dar vida a una criatura fantástica, imposible. Seres semejantes sólo pueden concebirse dentro de un espíritu privilegiado. La pregunta es si Giger o la Virgen son elegidos por alguien externo a su mundo, o si son ellos los que dan a luz a sus propias ilusiones con la fuerza de su deseo e imaginación.
Lo mismo ocurre con los demás engendros de Giger, porque su fertilidad no termina en el alienígena que todos conocemos. Hay toda una prole de vaginas ranura, monstruosos engendros con enormes penes, mitad orgánicos mitad metálicos, capaces de generar repulsivos fetos; hay mujeres hermosas con cuerpos comidos por la muerte que experimentan verdaderos éxtasis en contacto con seres abominables, de rasgos espeluznantes; bellezas siniestras penetradas por la boca con instrumentos gelatinosos, o herramientas de acero; y también paisajes colosales, devastadores para la imaginación, donde todo lo que nos rodea es una sustancia fungosa y metálica que piensa y siente.
Los retoños que habitan su universo no tienen desperdicio. Su labor de reproducción es exhaustiva. Dotar de rasgos, médula y particularidades a un monstruo es una responsabilidad que sólo un auténtico creador puede permitirse. Porque si uno se para a mirar detenidamente los rasgos del alíen se da cuenta de lo acabado que está, de lo perfecto de su fisonomía. No le falta un detalle. Puede decirse que Giger amplía el termino de paternidad, lo enriquece. Él es más padre de su criatura de lo que nuestros padres lo son de nosotros, porque éstos, ponen la semilla y durante los nueves meses siguientes, a veces incluso más tiempo, se desentienden de los rasgos y perfiles que tendrán sus vástagos. Giger en cambio, conoce, antes de que el nacido adquiera tres dimensiones, el grosor de cada pliegue y la longitud de sus pulidas garras. Él actuá como lo hace la genética y las enzimas, y no sólo eso, aparte de lo morfológico, tiene asignado un destino, una personalidad y una pauta de actuación para todos y cada uno de sus vástagos.
Por la creación de su famoso alienígena, a Giger le dieron un Oscar en 1980. Con ello consiguió el reconocimiento internacional. El mundo entero quedó fascinado por su escalofriante universo. Era normal preguntarse de qué clase de experiencias había surgido una mirada tan retorcida. Su padre era farmacéutico en un hermoso pueblo de suiza, su madre una mujer sencilla y amable. Ambos, en una breve entrevista para el “Giger´s Necronomicon”, confesaron que no entendían de donde había sacado su hijo semejante visión. Giger no tuvo una infancia desdichada, no hubo ningún siniestro incidente familiar que marcara su visión. Nada de nada.
Sorprendentemente, lo que él recuerda como causa de su morbosa pasión por lo macabro es, ni más ni menos, que la estremecedora visión del Cristo ensangrentado clavado en la cruz. Ahí está. La causa de nuestros terrores, el huevo de donde nacen todas las pesadillas. Una oscura imagen compartida quizá por toda la cristiandad.
Siempre me he preguntado cómo es posible que nuestros padres nos prohibieran ver películas, donde dos individuos felices y casi siempre hermosos, se dedican a darse placer, y sin embargo nos dejaran e incluso obligaran a entrar en una iglesia oscura a contemplar a la mortecina luz de las velas, la figura de un hombre ensangrentado, clavado de pies y manos, atravesado por una corona de espinas, con el costado perforado y la cara descompuesta por el dolor. ¿Es que es tan difícil darse cuenta que es una imagen pavorosa? ¿A quien se le ocurrió, cuando la primera iglesia cristiana fue construida, poner como reclamo semejante tormento? ¿Por qué eligieron mostrar la crueldad y el dolor como estandarte, en vez del momento glorioso de la resurrección, que es lo que verdaderamente diferencia a Jesucristo del resto de los mortales?
Mirando esa imagen se siente más terror que el que pueda provocarnos cualquier monstruo creado por Giger. Cuando observo esos rostros alienígenas, infectados y descompuestos, no puedo dejar de preguntarme si en su universo, donde la oscuridad y lo macabro son lo habitual, tienen también a su dios clavado en una cruz. Quizás ellos, que para nosotros son los monstruos, prefirieron prescindir de los dioses antes de caer en el error de creer que la única forma de acercarse a ellos es mediante el dolor.