martes, 20 de marzo de 2007

EL PODER DE LA ESTÉTICA


Siempre nos han dicho que la belleza está en el interior y que lo importante es lo que no se ve… Es cierto. Hay una belleza que no depende de los cinco sentidos y la mayoría de las cosas importantes en la vida no podemos verlas: el amor, el placer, el sufrimiento, las ideas…
Pero lo cierto es que la estética, “la ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte” según la definición de la Real Academia, necesita de los sentidos para existir. Alguien nos parece bello cuando nuestros sentidos, los ojos en concreto, quedan seducidos por sus rasgos, por la disposición de sus formas, por la coordinación de sus movimientos, por cómo la luz se refleja en su cuerpo y por un sin fin de matices que no somos capaces de vocalizar. La belleza produce sentimientos de bienestar, paz, armonía, excitación, estimulación. Ante algo bello nos detenemos cautivados. La belleza es capaz de suspender el pensamiento, y aunque no sabemos exactamente dónde nos transporta, el estado en que nos coloca es siempre bienvenido y placentero.
Algo bello nunca produce en sí mismo sentimientos negativos. Si quien mira siente odio al contemplar algo bello, no es la belleza en sí lo que le repele sino, por ejemplo, que la persona amada o deseada mire con fascinación la imagen de una mujer desnuda indescriptiblemente hermosa montada en un caballo negro. En ese momento desearíamos ser mirados así y, saltándonos un montón de pasos, llegamos a la conclusión de que es la imagen lo que no nos gusta. Una mujer que mira a una mujer hermosa y siente envidia, odio, rabia, etc. no está mirando la belleza de la imagen sino las carencias que ve en sí misma. No nos repele lo bello sino la falta de belleza que hay en nosotros.

La estética, como cualidad de lo bello, está dentro de lo sublime, de aquello que jamás nos sacia, de aquello que siempre nos esforzamos en capturar sin éxito. Es una especie de religión sin dioses y sin dogma de la que todos somos devotos.

La relación entre estética y bien es antigua y comprensible. Lo bello, para serlo, necesita mantener ciertas formas, ciertas proporciones. El orden está relacionado con lo bello, el desorden con lo feo. Por eso causa fascinación observar una mujer hermosa y perversa, o entender que detrás de una estética como la nazi se encuentre la raíz del mal en estado puro.

Una de las cosas que más me sobrecoge es cómo el tercer Reich utilizó la estética para cautivar y embaucar almas. Es un efecto siniestro el que produce mirar a un hermoso oficial de la SS, ante el que nos detenemos para perdernos durante un instante en ese placer indescriptible del que antes hablaba, y acto seguido tener que despertar del sueño para entrar en la pesadilla y relacionar esa bella imagen con el horror y la aberración más absolutas.

Cuando nos arreglamos para una ocasión especial, cuando nos vestimos de gala, nuestro comportamiento se modifica ligeramente. Hablamos con más delicadeza, tratamos de movernos con más elegancia, sin darnos cuenta emulamos un comportamiento que relacionamos con lo bello: la educación, el saber estar, la amabilidad. La estética, cuando domina una situación, impone sus formas y su “ideología”. Si alguien va vestido elegantemente pero actúa de forma chabacana, vocifera, maldice… aunque los ojos sigan captando la belleza indiscutible de la figura, lo que sentimos ya no es una sensación de bienestar sino un incómodo bochorno. Más incluso que si quien se comporta de ese modo es un vagabundo andrajoso. La actuación del vagabundo no nos causaría tanta impresión porque, como decía, en nuestro interior hay establecida una relación implícita entre belleza y educación, belleza y elegancia, belleza y serenidad, belleza y no violencia.

Por eso, una de las mayores barbaridades que la historia de la humanidad ha contemplado reside en la superposición por parte de los nazis de dos términos antitéticos: violencia y belleza. Eso no quiere decir que si no hubieran desarrollado una estética del asesinato el horror del genocidio hubiera sido menor. Pero realizar todo aquello bajo esa mascarada de orden, elegancia, salud y vitalidad causa aún más escalofríos que si los asesinos se presentaran como unos bárbaros gesticulantes, desorganizados y desaseados. En ese caso habríamos juzgado que no existía máscara, que no había engaño, que lo que contemplábamos era el rostro del mal en estado puro. Porque el mal está en contacto directo con lo feo, el horror, lo que no queremos mirar.

Esto no significa tampoco que quien no sea físicamente agraciado esté relacionado con el mal y con el horror. Ser feo puede ser algo tan subjetivo como ser guapo. El filósofo Jean Paul Sartre, feo universal donde los haya, decidió en cierto momento de su vida que estaba harto de sentirse feo y que a partir de ese momento se elegiría atractivo. Decidió convertirse en alguien con un encanto irresistible, actuar como si fuera el hombre más guapo del mundo. Es cierto que sus ojos no se enderezaron y que su nariz no menguó, pero parece ser que ejerció una influencia sensual sobre las mujeres que quizás otro más agraciado jamás pudo ni supo desarrollar. No hablaremos de Sergei Gainsbourg, uno de los seres más feos que el cielo ha visto sobre la faz de la tierra, que sin embargo atrajo a su lado mujeres tan bellas como Brigit Bardot o Jane Birkin. Probablemente no se sabía feo, o lo era tanto, que decidió convertirlo en una ventaja. En una peculiaridad.

La belleza es mucho más que un conjunto de rasgos. Muchas veces hemos visto bellezas tan sosas y carentes de alma que nuestra mirada pasa por encima sin conmoverse o, aún peor, conmoviéndonos ante el espectáculo que ofrece semejante desperdicio.
La belleza, como lo divino, está llena de misterio. Querer ser bello puede ser a veces más efectivo que serlo realmente. Quien se elige bello sabe que lo que hay que hacer es conquistar los sentidos del otro y elaborar una especie de conjuro para ser visto, no como somos, sino como queremos ser.

Una estética es también “un conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico”: La estética griega, la estética renacentista, la estética de Almodóvar. Una estética es una forma de mirar el mundo, de interpretarlo y darle sentido. Quien posee una estética propia posee una parte del mundo, o mejor, crea un mundo aparte con sus reglas y posibilidades.
Hace años, cuando el alcalde de Nueva York decidió limpiar y mejorar el metro, bastó con quitar las pintadas, arreglar los vagones, y acicalar las estaciones para que el crimen descendiera drásticamente. Cuando un vagón llegaba con graffiti o destrozos al final del día, lo pintaban y arreglaban antes de volverlo a poner en circulación. A partir de ese momento, como si los ladrones y los vándalos estuvieran coaccionados por un guardia que les vigilaba, la estética impuso sus normas y frenó sus impulsos. El crimen y el vandalismo dejaron de ser el principal problema.
Sí. Lo que no se ve seguirá siendo lo más importante en nuestras vidas, pero si nos preocupáramos más por lo que se ve, el mundo sería sin duda un lugar mucho más agradable.