Hace unos días unos amigos nos hicieron un regalo espectacular. El coreógrafo Rafael Bonachela, desde hace unos meses director del teatro de danza de Sidney, director de la compañía BDC, además de coreógrafo de Kylie Minogue, Tina Turner, Primal Scream, etc, está montando una pieza nueva y como su vida es una sucesión de fantásticas coincidencias creativas, conoció a Ezio Bosso, un compositor de origen italiano, ciudadano del mundo, que parece salido de un retrato romántico del siglo XVIII. Ezio acababa de trasladarse a Londres desde Nueva York donde ha vivido varios años. Se conocieron y comenzaron a crear juntos. Rafael necesitaba música para su nueva pieza y Ezio compuso Oceanía, una sinfonía que ha grabado hace sólo unas semanas con la filarmónica de Turín.
Todos estábamos ansiosos después de que Rafa nos dijera lo fantástica que era la obra, lo excitado y nervioso que estaba ante el reto que tenía delante. ¡Ezio había creado una sinfonía para él! ¿No es alucinante que alguien componga una sinfonía para ti? ¿Qué te la entregue para que tú crees otra forma de arte? A mí estas cosas me fascinan.
Bueno, pues en uno de sus viajes relámpago a Londres, Rafa reunió a unos pocos amigos, éramos ocho en total, y Ezio y él nos invitaron a escuchar en exclusiva la sinfonía, acompañada de champán y una riquísima cena italiana.
La casa de Ezio es una mansión de estilo Gótico victoriano en el este de Londres. Su aspecto es imponente. Londres está lleno de mansiones, manors, edificios victorianos, georgianos, eduardianos, nosotros mismos vivimos en una casa victoriana de 1800 y algo. Pero la casa de Ezio parece sacada de una película de Tim Burton. La plaza en la que se encuentra fue bombardeada durante la segunda guerra mundial y de lo que debió ser un reducto gótico, hoy sólo queda una hilera de mansiones rodeada de casas de protección oficial sin demasiado encanto. En medio de la modernidad más práctica se levanta esta sucesión de fabulosas y anacrónicas construcciones con torreones, porches almenados, chimeneas interminables y cristales emplomados.
La experiencia fue desde el principio un regalo para los sentidos. Comenzamos con el champán y los aperitivos españoles. Uno sólo puede apreciar este detalle si lleva más de tres años viviendo en Londres. Ezio, que no sólo es un excelente compositor, si no que además cocina de muerte, nos preparó una deliciosa pasta con patatas y judías verdes al pesto, algo que ninguno habíamos probado antes. La cena fue, como siempre son nuestras reuniones, una ocasión ruidosa y enérgica, en la que compartimos, cada uno desde nuestro terreno profesional y personal, visiones distintas, complementarias, opuestas y semejantes pero siempre interesantes, acerca de los mil temas que surgen a velocidad de vértigo. Después de la cena, los postres y los maquiatos pasamos con nuestras copas a uno de los salones donde Rafa e Ione, que es fotógrafa y una de las personas más alegres y deliciosas que conozco y de la que también me precio de ser amiga, habían encendido decenas de diminutas velas por toda la habitación.
El ambiente del cuarto, de techos altos, amplios ventanales y paredes empapeladas con elegantes rayados verticales era mágico, antiguo casi. No costaba imaginar cómo habría sido una velada de similares características en la Viena de Mozart o en el Versalles de María Antonieta. Nos acomodamos como gatos siameses en los sofás, el suelo y sobre mantas junto a la chimenea, mientras degustábamos dulces porciones de Baklaba con el champán a la luz de las velas. Antes de escuchar cada movimiento Ezio nos explicaba qué había detrás de la música. Allegro, Allegro ma non tropo, Scherzo… Impresionante. La música es la forma más elevada de arte, la que mejor y con más profundidad llega al corazón y que con más puntería conjura nuestras emociones.
Con Oceanía, todos juntos nos embarcamos en un viaje hacia lo esencial de la vida. Su notas épicas hablan de esas verdades hermosas y terribles que no tenemos más remedio que afrontar cuando estamos vivos. Hablan de cómo las olas y los vientos azotan nuestras metas e ilusiones y como el navegante, cada uno de nosotros, debe luchar contra la marea y la tempestad sin perder el rumbo, sin dejarse amedrentar por la magnitud del encrespado mar que se extiende ante sus sueños. Oceanía es el viaje apasionado y cuerdo, vibrante y lleno de coraje que a todos nos gustaría recorrer en nuestras vidas.
Haber podido disfrutar de semejante regalo es un lujo. Pero la noche no terminó ahí, después de la sinfonía, Ezio interpretó con su cello, que es un voluminoso cuerpo de madera del año 1726, impregnado de tiempo y sonidos del pasado, varias piezas compuestas por él, preñadas del estremecimiento que sólo puede exhalar de un cello.
Mientras escuchábamos, bebíamos, reíamos, charlábamos y sentíamos, Ione tomaba fotos con su tercer ojo, captando nuestras impresiones, apresando el instante efímero y convirtiéndolo en eterno. Magia pura. Sus fotos, aparte de mi documento escrito, son otra forma de apresar la ocasión y gracias a ella será todavía más difícil que la experiencia se pierda en nuestra memoria.
Rafael se ha vuelto a Sidney y ahora está allí, en la otra punta del mundo, forjando movimientos con la música de Ezio, creando con cuerpos humanos una respuesta al fabuloso regalo que ha recibido. Para Francisco, Anny, Ramón y el resto de los que estábamos allí, haber sido participes de algo tan bello es un regalo único. Gracias Rafa, gracias Ezio.
Bueno, pues en uno de sus viajes relámpago a Londres, Rafa reunió a unos pocos amigos, éramos ocho en total, y Ezio y él nos invitaron a escuchar en exclusiva la sinfonía, acompañada de champán y una riquísima cena italiana.
La casa de Ezio es una mansión de estilo Gótico victoriano en el este de Londres. Su aspecto es imponente. Londres está lleno de mansiones, manors, edificios victorianos, georgianos, eduardianos, nosotros mismos vivimos en una casa victoriana de 1800 y algo. Pero la casa de Ezio parece sacada de una película de Tim Burton. La plaza en la que se encuentra fue bombardeada durante la segunda guerra mundial y de lo que debió ser un reducto gótico, hoy sólo queda una hilera de mansiones rodeada de casas de protección oficial sin demasiado encanto. En medio de la modernidad más práctica se levanta esta sucesión de fabulosas y anacrónicas construcciones con torreones, porches almenados, chimeneas interminables y cristales emplomados.
La experiencia fue desde el principio un regalo para los sentidos. Comenzamos con el champán y los aperitivos españoles. Uno sólo puede apreciar este detalle si lleva más de tres años viviendo en Londres. Ezio, que no sólo es un excelente compositor, si no que además cocina de muerte, nos preparó una deliciosa pasta con patatas y judías verdes al pesto, algo que ninguno habíamos probado antes. La cena fue, como siempre son nuestras reuniones, una ocasión ruidosa y enérgica, en la que compartimos, cada uno desde nuestro terreno profesional y personal, visiones distintas, complementarias, opuestas y semejantes pero siempre interesantes, acerca de los mil temas que surgen a velocidad de vértigo. Después de la cena, los postres y los maquiatos pasamos con nuestras copas a uno de los salones donde Rafa e Ione, que es fotógrafa y una de las personas más alegres y deliciosas que conozco y de la que también me precio de ser amiga, habían encendido decenas de diminutas velas por toda la habitación.
El ambiente del cuarto, de techos altos, amplios ventanales y paredes empapeladas con elegantes rayados verticales era mágico, antiguo casi. No costaba imaginar cómo habría sido una velada de similares características en la Viena de Mozart o en el Versalles de María Antonieta. Nos acomodamos como gatos siameses en los sofás, el suelo y sobre mantas junto a la chimenea, mientras degustábamos dulces porciones de Baklaba con el champán a la luz de las velas. Antes de escuchar cada movimiento Ezio nos explicaba qué había detrás de la música. Allegro, Allegro ma non tropo, Scherzo… Impresionante. La música es la forma más elevada de arte, la que mejor y con más profundidad llega al corazón y que con más puntería conjura nuestras emociones.
Con Oceanía, todos juntos nos embarcamos en un viaje hacia lo esencial de la vida. Su notas épicas hablan de esas verdades hermosas y terribles que no tenemos más remedio que afrontar cuando estamos vivos. Hablan de cómo las olas y los vientos azotan nuestras metas e ilusiones y como el navegante, cada uno de nosotros, debe luchar contra la marea y la tempestad sin perder el rumbo, sin dejarse amedrentar por la magnitud del encrespado mar que se extiende ante sus sueños. Oceanía es el viaje apasionado y cuerdo, vibrante y lleno de coraje que a todos nos gustaría recorrer en nuestras vidas.
Haber podido disfrutar de semejante regalo es un lujo. Pero la noche no terminó ahí, después de la sinfonía, Ezio interpretó con su cello, que es un voluminoso cuerpo de madera del año 1726, impregnado de tiempo y sonidos del pasado, varias piezas compuestas por él, preñadas del estremecimiento que sólo puede exhalar de un cello.
Mientras escuchábamos, bebíamos, reíamos, charlábamos y sentíamos, Ione tomaba fotos con su tercer ojo, captando nuestras impresiones, apresando el instante efímero y convirtiéndolo en eterno. Magia pura. Sus fotos, aparte de mi documento escrito, son otra forma de apresar la ocasión y gracias a ella será todavía más difícil que la experiencia se pierda en nuestra memoria.
Rafael se ha vuelto a Sidney y ahora está allí, en la otra punta del mundo, forjando movimientos con la música de Ezio, creando con cuerpos humanos una respuesta al fabuloso regalo que ha recibido. Para Francisco, Anny, Ramón y el resto de los que estábamos allí, haber sido participes de algo tan bello es un regalo único. Gracias Rafa, gracias Ezio.